“Bowie, el dios Jano” por Carlos González @carlosgvi

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Por Carlos González

Enero se traduce en perspectivas, devoción y mucha autocrítica. De cierta forma suele ser visto como una parte espiritual en el tiempo pues coincide con muchas antologías que refieren el cierre o inicio de un ciclo. Según los romanos, enero toma su nombre en referencia al dios Jano, dios de las puertas, los comienzos, los portales, las transiciones y los finales.

Mis emociones se alteran cuando me adentro aún más en la mitología romana, pues escenifica lo a veces inexplicable de nuestra realidad actual. Según los romanos, este dios aseguraba buenos finales.

Enero significa mucho para la inspiración global del arte, y no, no es poca cosa llamarlo así. Son los primeros días de enero desde 1947 que nos recuerdan el inicio de un ciclo enigmático, apartando su destino final precisamente en los primero días de enero pero del 2016. Son los días de vida de David Bowie, quien en 69 años dibujó en un ciclo perfecto, físico y metafórico, el trayecto de tres décadas de música, cuestionando y evidenciando la fragilidad de las modas, la literatura, el cine, pero sobretodo, la sociedad.

¿Cómo no reconocer toda la virtud de David Robert Jones en voz de una profecía o antología griega? Me es imposible no caer en dicha idea romántica a 3 años de su muerte.

Por ejemplo, nacer y morir en enero, sobre los brazos de un nuevo disco tiene una definición: Blackstar. Un disco en el que sus sonidos testifican el cierre de un ciclo y a su vez homenajean todas las influencias en la carrera de Bowie. Me parece que los 10 minutos con los que abre el disco exponen el modus operandi que siempre definieron al artista. Impredecible, ecléctico, visual y ordenado. Maduro como el final de los días, el jazz que se entremezcla a lo largo del EP nos dice una sola cosa: la muerte estaba cerca. El jazz antes que todo se piensa y por ello no dejo de pensar en la imagen de un David Bowie sentado y aislado mientras el blackstar gira en su recámara – y el cáncer se asoma- . Finalmente, enero, mes en el que el disco salió a la luz.

Juno, dios de las transiciones. Hablar de Bowie y de sus transiciones es hablar de uno mismo. A través de ellas reconocimos la bisexualidad en la moda y la música, reflejada en el carisma de Ziggy Stardust. El simbolismo que despertó en la juventud cimbró las líneas más estrictas del conservadurismo de aquél entonces. Se trata pues del portavoz de la crítica contra la política, el ideal de las drogas y la orientación sexual. Una transición generacional.

Aladdin Sane y los regímenes políticos. Estados Unidos y su cultura despectiva, toda la basura de poder, vistas en una falsa democracia. Bowie testifica en este nuevo personaje a la demencia y en la canciones de su álbum la dualidad de dos ideologías que veían de cerca un nuevo conflicto político y social. Queda en evidencia una vez más que una transición política trae consigo un ambiente de incertidumbre y pugnas.

The Thin White Duke. Se dice que se trata de su personaje más oscuro pero también humano. A la par del Station to Station, su décimo álbum, da por entendido en sus letras una muestra de cansancio ante la fama y sus vicios. La prensa incluso lo denominó un personaje aristócrata y psicópata. Llevándolo al terreno de lo humano, no debemos sorprendernos, pues lejos de filosofar, el tiempo se ha encargado hacer del hombre un ser extremadamente malo, pero a su vez extremadamente redentor. Esta transición entre el bien y el mal no es propia de David Bowie obviamente, pero parece esta analogía una ocasión especial para tratar de comprenderla.

Finalmente, la transición a la muerte, quizás el proceso más espiritual del ser humano. Libre de personajes, la libertad de la muerte se exhibe en el ya mencionado Blackstar. Un disco lleno de simbolismos en el que su portada justifica una lluvia de estrellas ante su verdadero yo, cegado por el cáncer, enfermedad que mantuvo en secreto hasta antes de su muerte.

En conjunto, podemos citar a David Bowie como el mismísimo dios de las transiciones. Sexo, drogas, política y muerte, se trata de un puente en el que la sociedad lo acompañó venciendo toda una serie de estigmas. El estigma del rock y su transición al glam. El estigma de la heterosexualidad y su transición a la diversidad sexual. El estigma del conservadurismo y su transición al liberalismo. Finalmente el estigma de la vida y su transición a la muerte. En cada una de ellas y a través de los años nos seguimos reflejando, dando por hecho que no se trata de un artista sino de una época modular para la vida actual.

Así, me parece una metáfora justa para quienes muchos fue una divinidad dada las referencias que ocultó en sus letras y sonidos. Los ciclos estaban inscritos en su piel y en sus seguidores. A tres años de su muerte siguen surgiendo nuevas formas de interpretar la vida a través de su esencia, como una especie de portal, transición o puerta al cielo, donde ahora descansa el duque blanco.

 



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