“El muerto” por Ivonne Baqués @amikafeliz #HelloDFicción

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Esta mañana, me encontré con la novedad de que Patricio Munguía estaba muerto. Esto no habría sido particularmente relevante, de no ser, que Patricio Munguía soy yo. Cuando me di cuenta de que me encontraba dentro de un frío y estrecho ataúd, lo primero que pensé fue: “Seguro estoy soñando, esto me pasa por leer a Poe.”

Me costaba asumir mi nueva condición de difunto. Anoche todavía gozaba de perfecta salud, tan perfecta, que un quinceañero hubiera querido aventarse la faena que tuvo lugar en el cuarto del hotel donde me hospedaba. Mis manos a punto de volverse rígidas acariciaron mi helado cuerpo hasta casi hundirse en el hoyo que se encontraba en mi estómago. “¡Ajá, no morí, me mataron!”

Entonces, me di a la tarea de investigar cómo había terminado en un ataúd. Después de repasar en mi mente a los posibles culpables, con tristeza descubrí que muchos tenían una buena razón para quererme muerto. Así que aprovechando que la materia ya no me anclaba, decidí salir del féretro en modo holograma a dar un paseo.

En mi nueva condición, fui a la que solía ser mi casa. Atravesé la puerta de mi habitación y ahí estaba, Justina, mi esposa, usando el vestido negro que le regalé en nuestro último aniversario. Se veía esplendida, demasiado bien para haber perdido al amor de su vida. Parecía que su nueva condición de viuda le sentaba estupendamente. Frente al espejo, la muy maldita ensayaba diversas caras de dolor, las cuales, sin duda pensaba estrenar en el velorio. “Bonita sorpresa te llevarás, traidora de mierda, cuando descubras que nunca cambié mi testamento y mi madre sigue siendo mi heredera universal”.

Del cajón del tocador sacó un sobre, y de él, unas fotografías mías besando a Paula. “Así que descubriste que tengo una amante… ¿Y por eso me mataste? ¡Qué poca clase! Esperaba más de ti…” De repente mi madre entró a la habitación con el rostro desencajado y los ojos llorosos. Al verla, Justina puso la cara más lastimera que había ensayado y con la voz entrecortada le dijo: “Llamó el oficial, ya encontraron en el arma las huellas de la golfa esa…” “¡¿Paula me disparó mientras dormía?! No, ella no tenía motivos, tú sí…”

A mi madre no parecía alterarle lo que acababa de escuchar. Se sentó en la cama y mirando fijamente a Justina contestó: “Estas muy maquillada, vas al funeral de tu marido, no a una fiesta”. Me alegró darme cuenta, que mi madre había descubierto la hipocresía de mi esposa. Entonces la ilusión de que se hiciera justicia se instaló brevemente en mí.

Mi madre molesta se levantó de la cama, se acercó al tocador donde se encontraba su nuera, tomó el sobre con las fotos y las observó detenidamente. ¡Sentí tanta vergüenza!

Las dos mujeres guardaron silencio, de repente mi madre agregó: “Te ves demasiado bien, van a sospechar. Y si yo caigo, tú caes conmigo”.



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