Vecindades del DF: ayer, hoy, ¿siempre?
La Real Academia de la Lengua Española define casa de vecindad como aquella casa que contiene muchas viviendas reducidas por lo común con acceso a patios y corredores. El mismo diccionario afirma que hacer mala vecindad es ser molesto o perjudicial a los vecinos.
En el México del siglo XX encontrábamos…
Una puerta siempre abierta. Un patio donde los niños jugaban mientras sus madres lavaban la ropa. Escaleras que llevan a pequeñas viviendas, una al lado de la otra haciendo posible escuchar de pared a pared lo que sucede, involucrando a todos en los problemas de todos.
Imágenes que para muchos son sacadas de las películas clásicas del Cine de Oro Mexicano, (¡Dios!, cómo olvidar a Pedrito cantándole a la Chorreada o a Tin Tán tratando de robarle unos besos a Silvia Pinal), es el México de los años 30´s, 40´s, el Distrito Federal de los olvidados, de los que poco contaban pero que necesitaban donde vivir.
La Lagunilla, San Pablo, Tepito, La Merced, la Santa María la Ribera son algunas de las colonias del Distrito Federal con mayor tradición en este tipo de viviendas. Colonias llenas de tradiciones en donde el billetero, los cargadores, los camioneros, la portera, el lechero, el carpintero, vivían y convivían, creando un universo único de tradiciones y convivencia.
Unidos por la pobreza la clase humilde mexicana encontró en las vecindades de los barrios pobres de la capital de México un espacio para ser ellos, para vivir de acuerdo a sus valores, valores que ponían a la lealtad, a la unión, a la comunidad, primero que nada.
Soy pobre pero honrado
Esa era la lógica del mexicano que habitó las vecindades entre 1930 y 1980. Hoy, el Instituto Nacional de Antropología e Historia protege muchos de estos espacios pues son patrimonio histórico y cultural, son testigos de una forma de hacer comunidad que hoy en día se ha perdido. Construcciones que heredan ciertos conceptos arquitectónicos de la Época Colonial, las vecindades siguen protegiendo a sus habitantes de la enormidad citadina al mismo tiempo que lo conectan con ella gracias a sus grandes y abiertos zaguanes.
El ajetreo urbano del siglo XXI parece no dar tiempo a los citadinos de que conozcan a sus vecinos, ni hablar de hacer buena vecindad. Pereciera que las nuevas generaciones no se interesan por hacer comunidad… No se interesan o ¿no saben cómo?
Perdidos en urbes inmensas que se extienden y engullen a sus periferias es difícil hacer vecindad cuando sales muy temprano de tu casa, te trasladas dos horas a tu centro de trabajo y regresas a tu hogar sólo para dormir. Las centralidades abandonadas y las periferias dormitorios son el resultado de una mala planeación urbana que sin querer queriendo va acabando con el sentido de vecindad, de comunidad.
Las autoridades, los ciudadanos y el sector inmobiliario de la CDMX tienen un gran reto: crear comunidad. En su informe 2017, el portal Lamudi coloca a los usos mixtos y a las comunidades planeadas como un esfuerzo del sector inmobiliario por recuperar el sentido de vecindad, como un esfuerzo para dotar a los espacios de valores agregados que permitan a sus usuarios y habitantes construir comunidad, tener experiencias de vida que sumen a su cotidianidad.
El reto de las ciudades de hoy es devolver el alma a sus espacios, sacudir a sus habitantes y despertarlos del letargo en el que llevan años metidos. Dotarlos de conciencia del otro, enseñarlos a percibir a alguien que no sea él.
Regresar nuestros pasos, caminar de nuevo por los patios centrales donde extraños se volvían familia y amigos es un buen inicio, caminemos en nuestra historia, caminemos para recordar aquello que hemos olvidado: que el ciudadano es el alma y cuerpo de la ciudad, que la comunidad es aquello que hace palpitar una urbe.