“Sala de espera” un cuento de Ivonne Baqués @amikafeliz #HelloDFicción

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Era noviembre, casi de madrugada, cuando Roberta atravesó la puerta del área de urgencias del hospital. Algunos dormitaban en las sillas de la sala de espera, otros todavía menos afortunados, en el piso. Todos bajo el cansancio y la angustia esperando noticias de sus enfermos. Roberta con voz grave los despertó: “Señores buenos días, favor de desalojar la sala porque la van a limpiar”. Con el frío en el alma y en los huesos, la gente se acomodó en el estacionamiento del hospital mientras los trapeadores y las escobas danzaban por el piso de la sala de espera. Una mujer de no más de veinticinco años con la cara descompuesta intentó entrar cuando la voz de Roberta la detuvo.

-¿A dónde señorita?

-Me avisaron que mi papá estaba grave.

-Espere a que terminen de limpiar.

-Señorita no entiende, esta grave y está solo.

-Ya le dije que tiene que esperar a que terminen de limpiar…-La joven comenzó a llorar- Si no se sabe comportar menos la dejo entrar.

La hija del enfermo se instaló junto a la puerta, contando los minutos mientras observaba el vaivén de los trapeadores, y de vez en vez, mirando de reojo el uniforme de Roberta, el cual parecía que reventaría bajo la presión ejercida por ese vientre abultado y grasoso. Uno de los médicos cruzó la puerta y gritando hacía el estacionamiento pronunció el nombre que la joven mujer necesitaba escuchar: “¡Federico Pastrana!” La veinteañera levantó la mano y siguió al médico no sin antes regalarle una mirada de triunfo a Roberta.

-Señorita, debido a que el efisema de su papá ya es muy avanzado lo tuvimos que entubar…

Roberta se encargó de que la gente regresara en orden a la sala de espera. “Señores, les recuerdo que el horario de visitas es de “10:00 a 10:30, pero estén atentos por si los médicos los llaman.” Una pareja llegó corriendo con una niña como de tres años inconsciente, Roberta sólo permitió el ingreso a la madre con la niña y al papá lo mandó a sentarse. 

-¡Por favor señorita, también es mi hija!

-Está en urgencias señor, sólo puede pasar una persona, si no le parece, váyase a un hospital particular…

Roberta pidió a su compañera que cuidara la entrada mientras ella hacía su rondín. Los pasillos llenos de camillas con enfermos y heridos fueron recorridos uno a uno por Roberta y su mirada implacable. Su misión era evitar que las visitas estorbaran la ya de por sí saturada área de urgencias. 

Una anciana al pie de la camilla de su esposo lo tomaba de la mano mientras este la miraba con gratitud, Roberta estaba a punto de correrla cuando vio una nota en la pared indicando que el paciente necesitaba tener a su lado a un familiar las veinticuatro horas. Arrastrando los pies como si con cada paso se acercara al precipicio, Roberta siguió su recorrido por los pasillos. Entonces llegó a terapia intensiva, ahí la joven mujer lloraba junto a su inconsciente padre mientras varios aparatos sonaban constantemente. 

-Señorita no es hora de visitas, tiene que salir.

-Por favor mi papá está grave, déjeme quedar.

-Puede regresar a las diez, ahora salga.

Rumbo a la salida Roberta pasó frente al área infantil y reconoció al padre de la niña que había sido ingresada minutos antes.

-Señor, le dije que sólo puede estar una persona, si se queda usted, que salga su esposa.

La niña ya despierta gritó: “¡Papito no te vayas!” Tremendas lágrimas rodaron por las mejillas de aquel hombre robusto. La mamá de la niña miró suplicante a Roberta, pero está siguió a su marido hasta la sala de espera.

La joven mujer fumaba en el estacionamiento mientras caminaba impaciente de lado a lado, faltaban casi tres horas para que la dejaran regresar con su padre, entonces el papá de la niña se acercó a ella para pedirle un cigarro.

-¿A quién tienes en urgencias?

-A mi papá ¿y tú?

-A mi hija, convulsionó y luego se desmayó, pero ya la despertaron, falta que le hagan unos estudios. ¿Qué tiene tu papá?

-Neumonía, pero como tiene enfisema pues todo empeoró, el pronóstico no es bueno… -El hombre miró su cigarro y luego a la joven mujer-

-Maldito vicio

-Ni me digas, cuando le diagnosticaron el enfisema a mi papá hace dos años lo dejé, pero pues empecé a trabajar y recaí… -Ambos guardaron silencio, hasta que ella hizo una pregunta- ¿Tu esposa está con tu hija?

-Estamos separados, pero sí, la niña está con su mamá, porque el bulldog que tienen por guardia me sacó…

-A mí también, hay que reconocer que hace muy bien su trabajo…-Sacó de su bolso una tarjeta y se la entregó- Llámame para festejar cuando tu hija esté bien.

Antes de que el hombre pudiera contestar la mamá de la niña salió llorando y el hombre palideció. Ambos se abrazaron mientras repetían una y otra vez: “¡No puede ser!

Dieron las diez de la mañana y al fin Roberta permitió que la veinteañera pasara a ver a su papá, el médico tratante interceptó a la joven para decirle que en cuanto se desocupara una cama pasarían a su padre a piso, las probabilidades de que la infección desapareciera eran altas, pero la joven mujer estaba condenada a cuidar del enfermo que requeriría cuidados especiales de por vida. 

Al terminar la hora de visita, la joven entró al baño donde se encontró delante de ella a Roberta haciendo fila, de repente el celular de la uniformada sonó.

-Roberta buenas tardes, habla el doctor Ramírez, el veterinario…

-¡Ah si doctor dígame!

-Pues me da mucha pena lo que le voy a decir, su mamá nos dejó a Bobby para bañarlo, pero le acaba de dar un paro cardiaco, le estoy marcando y no me contesta, por eso le llamo a usted…Lo siento.

Roberta gritó, la joven mujer la abrazó y ambas lloraron.



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