“Cerrar un espacio, abrir una conciencia” Carlos González se despide del @ForoShakespeare @carlosgvi

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Carlos González

El Foro Shakespeare cierra sus puertas pero se abren otras. Quizá es buen motivo para recordar lo que se ha dejado de hacer en el aún estrecho camino de la cultura en México. Muere un espacio pero no un concepto. El teatro merece transformarse para sí mismo y para los demás, para aquellos que idealizan en el precio de un boleto antes que en el poder del guión con el que se habla; para aquellos que consideran la creación de condominios y centros comerciales una necesidad; para aquellos que no conocen sus actores mexicanos ni la literatura contemporánea; para aquellos que aún no se atreven a reírse de sí mismos ni de llorar en público. 

El Shakespeare fue siempre un hogar íntimo en el que hubo espacio para los libros, la comedia, las comidas y sus largas charlas sobre las tragedias debajo del escenario. Por su pequeño pasillo se le pudo ver casi siempre a Bruno Bichir o a Itari Marta platicando con asistentes del foro, amigos, críticos, periodistas o consigo mismos. Su lenguaje era el teatro y su preocupación el mundo que le rodeaba pero siempre con la firme convicción de reflexionar sobre la vida, la muerte, la política y la inmundicia, por ejemplo. Por ello se les podía ver como socios, productores y actores, pero sobretodo como seres humanos. 

El Foro nunca fue un espacio para las rutinas, aquellas en el que las actuaciones y aplausos quedaban olvidadas en las salas, ni en las que largas alfombras rojas y perfumes caros obstruyeran los bellos carteles de las obras de estreno. No hubo glamour ni fama, sólo una comunidad de amigos y cómplices del drama y el dolor. 

Fue una terapia y una pieza que exigía unir el sentido del teatro con el de nuestras vidas. Un rompecabezas en el que no hay dividendos entre la ficción y la realidad. Fue también una escuela y un lugar de encuentro para los jóvenes. Más tarde fue una casa productora en afán de crear nuevas historias, más allá de re interpretarlas. Fue mucho stand up y también un acercamiento a nuestras comunidades, del pasado sobretodo. 

33 años después, el mensaje parece estar heredado en una generación que cuenta con la solvencia de una mejor crítica y de herramientas de divulgación. Antesala del rompimiento de un viejo régimen político, parece el cierre del Foro Shakespeare una oportunidad para reabrir el debate entorno a la cultura en nuestro país y de sus posibilidades en el desarrollo de seres humanos antes que de consumistas. Más allá de espacios físicos, la tarea y exigencia fue, es y será el de crear espacios de conciencia sobre las ideas de los demás en una realidad en la que todos quieren tener la razón. 

El teatro, más allá de ser una alternativa de entretenimiento, es una maqueta de adversidades del día a día, expuesta de forma minuciosa por todas las emociones del ser humano, que a diferencia de otras formas de expresión, es el espectador parte de la misma obra creativa. De ahí que la muerte, la violencia, la igualdad de género y la política, por ejemplo, sean causa de guiones y a su vez de un manifiesto. De ahí que el teatro no es un escenario sino un contexto de la vida misma; de ahí que los espacios físicos no hagan al teatro sino que el teatro haga sus espacios. 

Por ello insistir en que no se trata de un final sino de un mensaje para las comunidades de la creatividad. Un mensaje en el que quede claro el rol de la ciudad y su alta burocracia pero también el de refrendar los ideales en la búsqueda de un país más justo. Un mensaje que acercó más al público en su parte final pero que además puso en una misma órbita a otros teatros y medios de comunicación. 

No queda más que decir ¡a la mierda el Shakespeare! A la mierda las clases sociales debajo del escenario; a la mierda el miedo a equivocarse; a la mierda el costo de un boleto; a la mierda la insensibilidad. Hoy todos somos parte de lo que sucederá, para bien o para mal. Nuestras costumbres y tradiciones hablarán por sí solas a favor de la cultura sin distinciones. 

 



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