El náhuatl que todos hablamos

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Para todos los que alguna vez se han dado un putazo, los que se hacen guajes, quienes se han agarrado del chongo, aquellos a quienes les gusta el arroz con popote: traen el nopal pintado en la frente, y no es un decir.

La realidad es que el náhuatl sigue vigente en el español que hablamos pues, aunque la enseñanza de la lengua española entre nosotros no contempla el conocimiento de las voces, los giros y ciertos conocimientos provenientes de las lenguas indígenas de México, según los últimos estudios, nuestra lengua contiene más de dos mil nahuatlismos, mil toponimias —nombres de lugares— y más de 480 frases y refranes derivados de voces de origen náhuatl.1

Bastaron las primeras décadas coloniales para que las lenguas precolombinas pasaran a ser portadoras de significaciones distantes y ajenas al pensamiento americano. Sin embargo, hoy por hoy, aún hay palabras y frases que revelan una conexión latente con el lenguaje heredado directamente de nuestros antepasados.

Putazo, guaje, chongo, popote, nopal. Todas estas voces son nahuatlismos. Lo mismo que apapachar, naco, tocayo, trácala, camote, tlapalería, nene, piocha y muchísimas más.

Por ejemplo, la palabra putazo no es más que un acortamiento de zapotazo. La forma mutó por su semejanza fonética, pero el sentido es básicamente el mismo: «Se refiere a un golpe fuerte y estruendoso de una persona cuando cae, por la semejanza de esta caída con la del fruto del zapote, cuya pulpa se expande por el suelo».2 Ahora lo utilizamos también para referirnos a un golpe violento y contundente.

Asimismo, el sentido que mantiene la frase «hacerse guaje», en la actualidad hace referencia a un fruto que, deshidratado, sirve como vasija a los indígenas. Con esta imagen mental extraída de la realidad náhuatl utilizamos la palabra guaje, para designar a una persona tonta, hueca o vacía. En este caso, la forma no mutó, pero la expresión se estableció como una especie de analogía con el referente inicial de la palabra.

Algo parecido sucedió con la palabra naco, la cual al parecer deriva de chinaco —nombre despectivo que los conservadores aplicaron a los soldados de la Independencia y de la Reforma—, que a su vez deriva de chinacate, palabra que lo mismo se utiliza para designar a una persona desarrapada que a un gallo o pollo sin plumas en el ano.

Ferdinand de Saussure, el padre de la lingüística, explica que «sean cuales fueren los factores de alteración, ya obren aisladamente o combinados, siempre conducen a un desplazamiento de la relación entre el significado y el significante».3 Con respecto a la presencia del náhuatl en el español de México, las alteraciones fonéticas y mutaciones morfológicas han provocado otros cambios en el significado. Sin embargo, los análisis mas rigurosos de la lengua nos permiten saber que, pese a estas transformaciones, la forma y el sentido prevalecen en menor o mayor medida, otorgándonos -casi- una certeza sobre el origen de las palabras.4

Para contactar a Karla Covarrubias, síguela en Twitter como @karla_kobach.


1. Carlos Montemayor, Diccionario del náhuatl en el español de México, México: UNAM, 2007.
2. Ibid., p. 99.
3. Ferdinand de Saussure, Curso de Lingüística General, México: Nuevo Mar,1982; p. 98.
4. Al respecto Edward Sapir señala que ciertas convenciones básicas absorben las variaciones individuales, que se destacan en cuanto se contrasta el lenguaje de un grupo con el de otro. Sin embargo, éstas no son suficientes para que se origine un nuevo dialecto, sino que éste surge del desarrollo apartado e independiente de dos grupos. Para conocer más acerca del lenguaje como producto histórico y de las variaciones del lenguaje a través del tiempo, revisa el análisis de Sapir en El Lenguaje, col. BREVIARIOS, México: Fondo de Cultura Económica, 2004.

 

Artículo publicado por Algarabía:

El náhuatl que todos hablamos

 


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