"El príncipe de Nicolás Maquiavelo" por Rafael Martínez de la Borbolla @rafaborbolla
El príncipe de Nicolás Maquiavelo
Rafael Martínez de la Borbolla @rafaborbolla
“En general, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven.” Nicolás Maquiavelo.
El libro más famoso de Nicolás Maquiavelo, quien naciera en Florencia en 1469 y se especializara en la Administración Publica, es “El príncipe”, escrito en 1513, y aunque no cuenta con más de 30,000 palabras, se ha convertido en referencia obligada para académicos y estudiosos de las ciencias sociales y políticas, tan fuerte ha sido su impacto que el término maquiavélico se encuentra en el Diccionario de la Real Academia Española y cuyo significado que se aplica a la persona que actúa con astucia, hipocresía y engaños para conseguir sus propósitos.
El libro se incluyó en el Índice de libros prohibidos de 1559. Y desde que se encontraron unas observaciones del mismísimo Napoleón Bonaparte en este libro, los cuales en la actualidad son integrados a la publicación, se ha creado un gran estigma sobre esta Obra. ¿Por qué es tan popular Maquiavelo? ¿Qué dice? El príncipe es una obra pragmática, y es en realidad un ensayo con consejos para permanecer o llegar al poder. Como en la vida real; todo se vale, desde la virtud, la acción y la diplomacia, hasta la manipulación, doble discurso, traición, soborno, culto a la personalidad, explotación del narcisismo y la codicia humana, así como el fomento de diferencias entre personas y lideres, todo don el objeto de afianzar el poder del soberano. Es un manual de las técnicas de poder, y de cómo toda acción política debe ser evaluada en función de su capacidad para obtenerlo y mantenerlo, no de su ajuste más o menos cabal a los imperativos de la moralidad. Lo que importa es el éxito a la hora de buscar este objetivo, y aquel condiciona la naturaleza de los medios que sean necesarios para alcanzarlo.
Maquiavelo es el fundador de la filosofía política moderna y es el primer teórico político de un mundo desencantado en el que el individuo está solo, sin Dios, sin más motivos ni propósitos que los que le proporciona su propia subjetividad.
El marco histórico europeo favorecía el desarrollo del tema, con una sucesión de interminables conflictos por el poder, agudizados a partir de la entrada en la península de Carlos VIII de Francia. Conquistas pasajeras, alianzas variables, deposiciones y asesinatos políticos componían un cuadro de constantes mutaciones en el cual destacaba la figura de Cesar Borgia. Había sido este capaz de imponerse por un tiempo como “príncipe nuevo” en ese juego de múltiples contendientes y conspiraciones, sobre el cual incidían además otros tres poderosos jugadores, Francia, España y el Vaticano. Al clima de permanente inseguridad se sumaba la circunstancia individual de Maquiavelo, que había sido encarcelado tras la caída de la República de Florencia en 1512 y hallándose, en sus propias palabras, al borde de la pobreza. Con su obra esperaba la protección de los Medici, vueltos al poder.
El análisis de Maquiavelo es la condición política en sí misma. Si los seres humanos dejaran de ignorar el papel de la Suerte en sus asuntos y reconocieran sus limitaciones a la hora de establecer instituciones políticas y blindarse contra los caprichos del tiempo y el azar, podrían entrar en la vida política animados por un espíritu cívico. La política se orienta hacia la acción, y, para que la acción sea posible, los hombres deben desempeñar su papel. Es posible empezar de nuevo siempre que los seres humanos actúen unidos y en política, y esa es la convicción más profunda de Maquiavelo.
Según Maquiavelo el punto de partida de lo político debe ser siempre la necesidad de atender a las consecuencias de las decisiones políticas, una variante, mucho más cruda, de la ética de la responsabilidad weberiana. La descarnada exposición de la lógica de lucha por el poder en El príncipe, alejada de todo condicionamiento moral y religioso, convirtió al libro en manual para un posible ejercicio del poder violento e inmoral. No en vano es interminable la lista de sus discípulos, desde Napoleón a Mussolini. Sobre la base de una concepción pesimista de la naturaleza humana, y utilizando un método experimental y racionalista, Maquiavelo fue a parar a “la exaltación de la voluntad humana y de los valores de la acción”. Los grandes dictadores del siglo XX encontrarían ahí su retrato hablado.
Para sus simpatizantes personifica el realismo que se revuelve contra la ceguera de los perseguidores de sueños, de los nostálgicos de ideales imposibles, de los incapaces de comprender el dilema que enfrenta al estadista y al que solo puede librar aceptando la crudeza de la realidad. En política no hay margen para el sentimentalismo.
En sus “Discursos” Maquiavelo presenta otro aspecto diferente de su pensamiento. Siguiendo a los clásicos recoge el análisis tradicional y tripartito de las formas de gobierno, afirmando la superioridad de aquel en el que el príncipe, los grandes y el pueblo gobiernan el Estado, insistiendo en la superioridad del pueblo sobre los príncipes en cuanto al mantenimiento de la libertad y en la superioridad de los príncipes en cuanto a la creación del propio Estado. En ese sentido, el pueblo no mantiene, en el marco de esa relación, un papel pasivo y obediente. Para Maquiavelo el pueblo está compuesto por un conjunto de ciudadanos capaces de actuar en bloque o en competencia. De tal idea extrae su tesis sobre el valor político del conflicto como algo necesario para la comunidad, pues la política no es otra cosa que la lucha de los opuestos y el equilibrio de las tensiones, es decir existen pesos y contrapesos. Para canalizarlos y reajustar las fuerzas contrarias toda comunidad debe contar con soluciones institucionales, pues, en definitiva, lo que ha de evitarse es el faccionalismo y los comportamientos particularistas, los cuales acaban debilitando y destruyendo la vida política y el bien público, por perseguir intereses privados. A pesar de su clarividencia teórica, la idea del conflicto como necesario o de la bondad de la pluralidad de opinión en los asuntos públicos no encontró campo de aplicación en un momento en el que la vida republicana agonizaba en Italia.
Al final Nicolás Maquiavelo no crea nada nuevo en política; como él mismo dice, se atiene únicamente a la “verdad efectiva de las cosas”, a lo que la observación de la realidad que le circunda y la historia de los grandes hombres le han enseñado. El único valor teórico de Maquiavelo es su realismo político, el escándalo que suscitan sus juicios por su pragmatismo sobre la naturaleza humana; es el hombre que ha afirmado tajantemente la incompatibilidad entre política y moral.
Nicolás Maquiavelo estuvo siempre cercano a la pasión de su vida: El gobierno y la Política. Tuvo altas y bajas, triunfos y derrotas, cayo en desgracia y volvió a surgir, hasta que en 1527 las tropas de Carlos I de España tomaron y saquearon Roma, lo que trajo consigo la caída de los Médicis en Florencia y la marginación política definitiva de Maquiavelo, quien había estado bajo la protección del Papa Clemente VII, muriendo en la soledad poco después de ser apartado de todos sus cargos.