Elena Poniatowska habla de las mujeres valientes de México en su libro "Las Indómitas"
¿Quién es Josefina Bórquez? ¿Qué resistencias enfrentaron autoras como Nellie Campobello, Rosario Castellanos y Josefina Vicens? ¿Cuál es el papel de Alaíde Foppa en la cultura mexicana? La historia de estas y otras mujeres es rescatada por Elena Poniatowska, Premio Cervantes de Literatura, en su nuevo libro, Las indómitas, recién publicado por Planeta.
El diccionario etimológico dice que la palabra “indómita” se compone de un prefijo negativo “in” (no), más “domitus” que significa domado, sometido, sumiso. Por lo que “indómito” es alguien que se resiste a la domesticación, la doma, la dominación del rebaño. Mi querida y admirada Rosario Ibarra de Piedra, en compañía de sus doñas, levantó el Museo-Casa de la Memoria Indómita. En palabras de Augusto Monterroso, “indómita” sería “la oveja negra”, esas que ―como los cometas― rayan el cielo de nuestra mediocridad muy de vez en cuando y, una vez que son pasadas por las armas, “el rebaño arrepentido les levanta una estatua ecuestre”. Irónico, continúa Monterroso: “Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran también ejercitarse en la escultura”.
En cierta manera las nueve mujeres que conforman el libro Las indómitas que publica Planeta fueron “pasadas por las armas”, enfrentadas a un pelotón de fusilamiento que no tembló a la hora de apuntar. Así, Josefina Bórquez miró cara a cara la pobreza y el olvido, vivió en la orfandad total, sin familia ni Estado. Josefina-Jesusa tuvo tal entereza que cualquiera de los que estamos aquí daríamos lo que fuera a cambio de su fuerza de espíritu. Insumisa por naturaleza, se negó a obedecer la autoridad paterna, marital y gubernamental, jamás dudó de sus capacidades y enfrentó a la muerte con la misma valentía con la que había vivido, como buena soldadera. Sus compañeras, las que siguieron a sus Juanes “por tierra y por mar”, no corrieron con mejor suerte. Relegadas al quinto patio, no dudaron en afrontar los prejuicios sociales que a veces hieren más que una bala y dieron su vida por la Independencia de México, con el mismo o quizá mejor heroísmo que cualquiera de nuestros próceres.
Otras “indómitas” como Nellie Campobello, Josefina Vicens, Rosario Castellanos y Alaíde Foppa se defendieron a capa y espada detrás de una máquina de escribir porque no sabían hacer otra cosa y qué bueno que no intentaron hacerla porque es imposible imaginar la literatura mexicana sin Cartucho, El libro vacío, Poesía no eres tú o Balún Canán y Oficio de tinieblas, así como las críticas de arte y los poemas de Alaíde.
La escritura es un largo, un difícil combate detrás de las barricadas, esquivando disparos que unas veces aciertan en pleno corazón y otras dejan cicatrices imborrables, y esto lo supieron muy bien estas escritoras que se resistieron a abandonar la trinchera y enfrentaron con su pluma una crítica feroz que hasta la fecha sólo ha demostrado que su obra permanecerá indómita ―como ellas― en lo más alto de nuestras letras.
Detrás de cada Nellie, Josefina, Rosario o Alaíde, seguramente hubo una muchacha que se ocupaba de que todo estuviera en orden: la comida a tiempo, las sábanas limpias, las cuentas pagadas, el café calientito al despertar. Estas muchachitas que llegan de provincia a las grandes capitales de América Latina, desde Chalchicomula a la Ciudad de México, desde el Cabo de Santa María a Montevideo, desde Jujuy a Buenos Aires, son las verdaderas Adelitas que no temen a los desafíos de la metrópoli, ni al idioma ni a la explotación. Su sola presencia en la cocina inaugura un territorio sagrado y complejo, a veces hostil y a veces cómplice: el del servicio.
Indómita por excelente es doña Rosario Ibarra de Piedra, quien buscó durante más de 40 años a su hijo desaparecido. A prueba de bala, erguida a medio Zócalo entre la Catedral y Palacio Nacional, doña Rosario es una bandera de sangre roja en los tiempos que corren. Tiempos de fosas y cuerpos mutilados, de desapariciones y secuestros, su voz sigue predicando en el desierto pero su figura se mantiene firme, como mástil de la verdad y la justicia que tarde o temprano llegarán.
Finalmente, hablar de una académica y activista como Marta Lamas es esbozar apenas a una de las luchadoras sociales más destacadas, no sólo en México sino en Latinoamérica. Fundadora de una de las revistas más importantes de nuestro país, Debate feminista, en cuyas páginas se publicaron los mejores ensayos sobre sexismo de su gran amigo Carlos Monsiváis, a quien ella considera un “misógino feminista” con toda razón. El feminismo y amor a los gatos fueron la piedra de toque de una amistad que duró toda la vida. Marta estuvo al lado de Monsiváis hasta el último momento, no se apartó un solo día del Hospital de Nutrición y su lealtad es uno de sus grandes dones cuando de amistad se trata. Los logros de Marta Lamas en materia de derechos de las mujeres son una bendición para las mexicanas que tenemos la suerte de contar con ella. ¿Qué sería de las mujeres de nuestro país sin el aporte de Marta Lamas? Inquieta y persuasiva, se mueve de aquí para allá, no descansa hasta lograr su objetivo. Es una de esas indómitas que se nos antoja quijotesca porque su lucha contra gigantes y molinos de viento la han tirado del caballo, la han dejado malherida pero nunca la han derrotado.
“¿Por qué el mundo creativo no considera interesantes a las mujeres?”, se preguntaba Glenda Jackson en una reciente entrevista con The Observer. Esta misma pregunta podríamos hacérsela a intelectuales, directores de cine, representantes de artistas, promotores de cultura. Las “indómitas” lucharon a brazo partido para que se les reconociera. En el caso de Nellie Campobello, hasta la fecha nadie sabe, nadie supo en dónde está y apenas si se conoce la fecha de su muerte aunque sabemos que fue aproximadamente en 1986. ¿Sería posible que esto hubiera sucedido con el gran autor de la novela de la Revolución mexicana, Martín Luis Guzmán?
Este puñado de mujeres conviven en este libro y no hacen más que encarnar el verso inicial del poema “El camino no elegido” de Robert Frost: “Dos caminos se separaban en un bosque y yo / yo tomé el menos transitado / y eso hizo toda la diferencia”. Ojalá y su ejemplo de vida nos inspire para elegir, como ellas lo hicieron, el camino menos transitado… Hasta ahora, la sociedad se ha encargado de menospreciar a las mujeres y ponerlas siempre en segundo lugar. Así sucede en política, en ciencia y en todas las artes. Algún día, las mujeres tomarán el Palacio Nacional de todos los países de América Latina, algún día impondrán su voluntad de indómitas. Ese día puede estar a la vuelta de la esquina, así como en el automóvil un espejo lateral nos advierte que las cosas están más cerca de lo que parecen.
Fuente: http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/articulo.php?publicacion=808&art=17509&sec=Art%C3%ADculos