“Faustina” Un cuento de Ivonne Baqués @amikafeliz
Faustina
El rechinar de unas llantas, vidrios rotos y mucha sangre, eran los componentes que noche a noche daban forma a los sueños de Faustina. Sigilosa, caminaba descalza por la casa en completa obscuridad intentando distraer a sus demonios, para así, tratar de conseguir unas cuantas horas de sueño plácido y profundo.
Ya habían pasado dos semanas desde el accidente, los moretones de su cara y brazos estaban desapareciendo y su mamá al fin estaba saliendo de la depresión que la tenía atada a la cama. Una mañana, Faustina observaba a su madre mientras rizaba sus pestañas con un rímel color negro y pensaba: “Que hermosa es, espero ya no esté triste”. Juntas fueron al mercado y de regreso la joven mujer anunció a Faustina que la siguiente semana regresaría a trabajar y ella a la escuela.
Al volver a clases, Faustina se sentía ajena. Sus compañeros la recibieron con gusto, pero las maestras la miraban con morbo y susurraban al verla caminar por los pasillos. Durante el recreo, la maestra Connie del sexto grado, se acercó a ella.
-¿Tú eres la niña de segundo que tuvo el accidente? – Con los ojos llenos de lágrimas Faustina asentó con la cabeza- ¡Cuéntamelo todo! ¿Es verdad que el que se murió no era tu papá si no tu padrastro?
– Sí
– ¿Entonces tu mamá ya enviudó dos veces? Mira que mala pata, bueno, ni tan mala, porque tengo entendido que el señor además de guapo tenía dinero… supongo que ustedes serán las herederas. -Faustina encogió los hombros- ¿Es verdad que se quedó dormido mientras manejaba?
-Sí
– ¿Y recuerdas como murió tu papá? -Faustina negó con la cabeza- ¿Tu padrastro murió inmediatamente o hasta llegar al hospital?
Faustina no pudo más con el interrogatorio y salió corriendo. A la sombra de uno de los árboles del enorme jardín, la niña de siete años lloró hasta que sonó la campana anunciando el fin del recreo. Con los ojos hinchados y la cara roja, Faustina regresó a su salón, donde minutos más tarde entró la directora acompañada de Doña Carmelita, su abuela. En silencio Faustina las siguió hasta la dirección donde una trabajadora social y un policía las esperaba.
-Cariño mío -dijo la abuela en tono dulce mientras acariciaba los largos y lacios cabellos de Faustina- La licenciada y el oficial han venido por ti, vamos a ir a la delegación para que declares lo que sucedió el día del accidente. Encontraron un somnífero al hacer la autopsia.
-Quiero ir con mi mamá.
– No se puede… la tienen detenida, en la autopsia de tu papá salió lo mismo…
El rechinar de unas llantas, vidrios rotos, mucha sangre y una mujer encanecida tras las rejas, han sido durante veinte años los componentes que noche a noche dan forma a los sueños de Faustina. Sigilosa, sigue caminando descalza por la casa en completa obscuridad intentando distraer a sus demonios, mientras se repite en voz alta una y otra vez: “No sabía para que eran las gotas, te las robé para jugarle una broma a Pedro, las dejé caer en su café, hizo gestos, pero aun así se lo tomó. Cuando mi abue dijo que habían encontrado algo en la autopsia me dio miedo, perdón mami, perdón…”