“Golpes, monjas y fútbol” por Ivonne Baqués @amikaafeliz #HelloDFicción #ShortStory
Golpes, monjas y fútbol
Era 1986. Con diez años encima, su uniforme azul marino, un par de zapatos negros con suela de goma, calcetas blancas que llegaban casi a la rodilla y en la espalda una mochila de Hello Kitty, Katia cruzó el jardín Obregón, ahora llamado jardín Zenea, de la mano de su papá. Las palomas revoloteaban alrededor del kiosko y de la fuente, mientras el aire frío se estrellaba en su cara recién lavada y el cabello todavía mojado. Las campanas del templo de San Francisco de Asís anunciaban las ocho de la mañana, el hombre de mediana edad y pelo entre cano, apretó fuerte la mano de su hija diciendo: “¡Ya son las ocho, corre!”.
Corrieron a lo largo de los andadores hasta llegar a la calle de Prospero Vega, Karen soltó la mano de su papá para cruzar el portón de madera el cual estaba a punto de cerrar, Sor Felipa la miró con desaprobación meneando la cabeza. Una vez adentro de la escuela, Karen se volteó para mandar un beso a su padre, y este devolvió la seña con su pulgar hacia arriba en señal de aprobación, “lo logramos”, pensó. La diminuta niña de cabello enredado subió corriendo las escaleras, dejó la mochila en el salón y regresó al patio para integrarse a los honores a la bandera.
“Otra vez Karencita la huerfanita llegando tarde, y otra vez no se peinó”.
No tenía claro que era lo que más le molestaba, si los comentarios mal vibrosos de Laura, o su voz chillona, las risas de sus demás compañeras, estudiar en una escuela de puras mujeres, tener que ir a clases mientras medio Querétaro estaba apoyando a la selección de Alemania en el recién estrenado Estadio de la Corregidora, o el hecho de no tener una mamá que le hiciera peinados increíbles como a las demás.
Como todos los lunes, la Madre Superiora llegó al quinto grado para impartir la clase de religión y como todo los lunes, la molesta monja hizo la temida pregunta: “Señorita Martínez, ¿qué enseñanza le dejó el Evangelio de ayer?” Karen se puso de pie y ante el murmullo de toda la clase contestó en voz baja: “No sé”.
– Más fuerte, no la escuché.
– No sé.
– ¿Por qué no sabe?
– Porque no fui a misa.
– Señorita Martínez, no es posible que todos los lunes tengamos la misma conversación, es su deber de buena católica asistir a misa los domingos. ¿Qué puede ser más importante que la palabra de Dios?
– El mundial de fútbol, ayer jugó México… -Atónitas las niñas guardaron silencio.
– ¡¿Qué blasfemia es esa?! ¡Es usted una grosera irreverente!
– Si usted ya sabe que no voy a misa ¿para qué me pregunta? –Encolerizada la monja contestó.
– Le recuerdo, que usted fue aceptada en esta honorable institución a pesar de que ya había iniciado el ciclo escolar, y sus calificaciones dejaban mucho que desear, porque su señor padre me conmovió con la historia de que su madre había muerto en el terremoto, que se quedaron sin hogar, y que por eso les urgía salir del D.F., pero fui muy clara al señalarle que esta era una escuela religiosa y tenían que seguir las reglas, y él aceptó. ¡Así que le guste o no, tiene que ir a misa los domingos y los lunes me tiene que decir que enseñanza le dejó el Evangelio!
– La constitución dice que la educación debe ser LAICA.
– No voy a discutir con usted, mañana la quiero bien peinada si quiere que la dejen entrar, y hoy pasará su recreo en la capilla para que reflexione sobre su mal comportamiento. Y si no le parece, váyase a una escuela LAICA. Pero ninguna escuela en todo Querétaro la va a aceptar a fin de año, y menos, sin una carta de recomendación mía.
Mientras el resto de las niñas disfrutaban del recreo, Karen sentía el rechinar de sus tripas al contemplar a Cristo clavado en la cruz. “¿Sabes Dios? Extraño mi ciudad, la que era antes de los edificios caídos, también mi departamento, mi escuela, las cartas que me escribía Luis donde me decía que soy bonita, pero sobre todo, extraño el beso de las buenas noches que me daba mi mamá…” De los veinte minutos que duró el recreo, Karen lloró dieciocho.
Al regresar al salón de clases, Laura detectó los ojos llorosos de la recién castigada. “Miren, la huerfanita chilanga estuvo llorando porque la castigaron, que bueno, para que se le quite”. Enfurecida, Karen se levantó de su pupitre y se abalanzó sobre la chamaca bocona, y en repetidas ocasiones estrelló su cabeza contra la pared mientras gritaba: “¡No me vuelvas a decir huerfanita pinche pueblerina!”. Justo en ese momento entró Sor Milagros para impartir la clase de matemáticas, con horror, se encontró con una niña enloquecida y un grupo que no dejaba de gritar: “¡Karen está poseída, a Karen se le metió el demonio, Karen dijo una grosería!”
Eran las dos de la tarde cuando Karen se perdía entre la multitud congregada en la plaza de la Corregidora, un nutrido grupo de alemanes festejaban en el Monumento a Doña Josefa el triunfo de su selección. “¡Qué guapos son!, cuando sea grande me voy a casar con un alemán, si es que mi papá no me mete a un convento para convertirme en uno de esos pingüinos amargados. ¡Odio a las monjas y a las niñas!”. Cabizbaja caminó hasta llegar a la casa de huéspedes donde estaban viviendo. Doña Lupe tocó la puerta de su cuarto, “¿no vas a comer, hice chiles rellenos?”, pero el rechinar de tripas fue sustituido por un nudo en el estómago, “¿cómo le voy a pedir a mi papá que falte a la oficina para ir a hablar con la monja del infierno?”
Al marcar el reloj las seis, Karen escuchó la voz de su papá afuera del cuarto, minutos después, este cruzó la puerta.
– Me dijo Doña Lupe que no quisiste comer, que te sentías mal.
– Me duele la panza.
– Vamos al doctor.
– No estoy enferma, estoy triste. Una de las niñas es muy mala conmigo, la directora todos los lunes me regaña porque no voy a misa, no pude ver el partido, mi escuela no me gusta, extraño a mi mamá, y odio mi cabello. Me enoja mucho que me digan huerfanita, entonces me pelié y como la monja no vio lo que Laura me hizo, sólo a mí me llevaron a la Dirección. Dice la Madre Superiora que estoy expulsada hasta que vayas a hablar con ella y la próxima semana empiezan los exámenes finales. Perdóname…
Sin decir una palabra el hombre salió del cuarto azotando la puerta, Karen lloró por horas hasta quedarse dormida. A la media noche, este regreso sin poder ocultar que había bebido mucho. Tratando de no hacer ruido se acercó a la niña para darle un beso en la frente, pero el tufo la despertó.
– ¡Papi, perdóname por favor!
– ¿Quién ganó la pelea?
-Yo, Laura ni las manos metió.
-¡Esa es mi niña! Mañana voy a hablar con el pingüino mayor para que te deje hacer los exámenes. Para el otro año te voy a cambiar de escuela, buscaremos una que sí te guste. Y al próximo que te diga huerfanita me lo madreo yo, vuelve a dormir.
-¿Supiste que ganaron los alemanes?
-Sí 2-1, se traen un buen festejo.
-¿Me puedes leer un cuento?
-¿El que le gustaba a tu mamá?
-Sí, ese.
Ivonne Baqués
Conocimos a Ivonne Baqués en un taller de narrativa y la invitamos a participar en nuestra sección “DFicción”. Ivonne pertenece a la tribu de los Godínez de la Ciudad de México y se nota. Sus relatos destapan las obsesiones, deseos y frustraciones de quienes diariamente nacen y mueren dentro de los confines de la oficina.