“Honeymoon” un cuento de Ivonne Baqués @amikafeliz
Honeymoon
Desde la barra, un hombre me mira descaradamente. Sonrío mientras mi zona sur se excita hasta dejar mi ropa interior mojada. Me gusta y él lo sabe.
El mesero se acerca a mí con un Martini.
-Se lo manda el caballero de la barra.
-Dígale por favor que no acostumbro beber sola.
El mesero se regresa con la bebida, minutos después, el hombre se acerca a mí con dos Martinis, uno en cada mano. Nada mal para una mujer que le coquetea peligrosamente a los cincuenta y cuyo marido además de aburrido es impotente.
-Agustín, mucho gusto. – Estira su mano grande para apretar la mía-
-Sofía, no eres de aquí ¿Verdad? ¿Regio?
-Adivinaste
-¿Vienes de trabajo?
-No, luna de miel ¿Y tú? -Mi cerebro manda la señal a mi zona intima de que hay que abortar la misión ¿Qué clase de patán sale a ligar durante su luna de miel? – ¿Qué haces en el restaurante de un lujoso hotel, sola?
-Intento retrasar el regreso a casa lo más que se pueda…Sí, ya sé, haz de pensar que si soy tan infeliz ¿Por qué no me muevo?
-No, estaba pensando en que hice mi tarea más rápido de lo que imaginé…
-¿De qué hablas?
-Mi esposa me mandó a buscar a una hermosa mujer con quien hacer un trío y creo que ya la encontré.
La sangre abandona mi rostro, después regresa mientras mi corazón late a un ritmo desconocido. Ambos enmudecemos, él pide dos Martinis más. Mis manos sudan, esos ojos marrones se clavan en los míos y un calor sofocante se apodera de mí.
-Este ha sido un año difícil para mi esposa, mataron a su hermano. Llora mucho, casi no come, estuvimos a punto de cancelar la boda, pero la idea del trío la tiene muy animada. Y aquí estoy, tratando de cumplir nuestra fantasía.
-La vida apesta. El año pasado al fin me decidí a pedirle el divorcio y el día que iba a hablar con él, me dijo que tenía cáncer. Y hay que ser muy perra para divorciarte de un hombre con cáncer. Así que aquí estoy, jugando a que lo quiero y él jugando a que me cree. Está bien ¡hagámoslo!
Las puertas del elevador se cierran y yo me abalanzo sobre él, mi lengua juguetea en su boca mientras las púas de su barba se entierran en mi rostro. Cada beso es una caricia para mi lastimada autoestima y el motor de un deseo que ya creía extinto.
Caminamos por el pasillo rumbo a su habitación, desde los ventanales se alcanza a ver el bosque de Chapultepec y en lo alto, la luna, redonda y brillante.
De su bolsillo, Agustín saca la tarjeta para abrir la puerta de la habitación, su mano tiembla mientras una fiesta de espasmos y contracciones ocurre dentro de mí.
La habitación está en penumbra, la luna entra a través de las cortinas a medio cerrar, iluminando de manera tenue el cuerpo desnudo de una mujer recostado sobre la cama.
Agustín introduce la tarjeta en el apagador mientras dice en voz baja: “Amor, ya llegamos”.
Las luces se encienden mostrando a la joven mujer inmóvil y pálida, con los ojos abiertos y las muñecas cubiertas de sangre.
Aterrada salgo corriendo, bajo las escaleras de emergencia mientras pienso: “Hay que ser muy perra para suicidarte en tu luna de miel”.