“A partir de cierto punto no hay retorno. Ese es el punto que hay que alcanzar”- Franz Kafka por @rafaborbolla

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KAFKA
Rafael Martínez de la Borbolla @rafaborbolla
“A partir de cierto punto no hay retorno. Ese es el punto que hay que alcanzar.” Franz Kafka.
Franz Kafka nació en Praga el 3 de julio de 1883 siendo parte del entonces Imperio Austro-Húngaro, durante catorce años se desempeño como asesor legal en el Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo del Reino de Bohemia. La vida de Kafka parece áspera, pobre y atormentada, aparentemente el único deseo que realmente lo motivaba a vivir y le producía tranquilidad era escribir.
 
No fue hasta 1912 en que su vida dio un giro: a los 29 años aún viviendo con sus padres, desasosegado por las mujeres y pasando todo el día en su tedioso empleo, Kafka, que se había hecho vegetariano, era ya un completo maniático de la salud. Pese a su aspecto famélico era un nadador empedernido, remaba en el Moldava, hacía gimnasia a diario desnudo frente a la ventana abierta aún incluso durante el invierno, frecuentaba balnearios y casas de salud, se hizo seguidor del fletcherismo, “una moda nutricionista que, entre otras cosas, exigía masticar cada bocado 32 veces exactas, ni una más ni una menos”.
Publicó su primer libro “Contemplación” compuesto por 18 relatos en los que se aborda los conflictos del individuo en el interior de su medio social donde la verdad se sustenta en una lógica que solo es aparente.
 En el otoño de 2012 Franz conoce a Felice Bauer en casa de los padres de su mejor amigo Max Brod; de todas las mujeres que articulan la vida emocional de Kafka, ninguna como Felice retrata no sólo lo que Kafka llegará a ser, sino sobre todo lo que nunca será: esposo, padre, un hombre con raíces. La relación con Felice, su vértigo de compromisos una y otra vez aplazados o rotos, dibuja con singular empeño esa infernal soltería, esa incapacidad y, a la vez, ese terrible anhelo para lograr un hogar, una familia y obtener ese sentimiento de pertenencia, que Kafka elevó a rango de inolvidable literatura.
 
El escritor en vida no llegó a publicar más que siete libros y, además, bastante breves, en 1913, se publicaron “La condena” donde unas palabras dichas por un padre, bajo la forma de sentencia, empujan al hijo al suicidio. En “El fogonero” publicada en 1927, el protagonista llega en barco a Nueva York forzado por sus padres a emigrar en busca de fortuna y evitar el escándalo tras dejar embarazada a una sirvienta. Entre el 17 de noviembre y el 7 de diciembre de 1912, en apenas tres semanas, Kafka escribe uno de los textos decisivos de la literatura occidental del siglo XX, logrando con esta obra reflejar la angustia del hombre contemporáneo: durante veinte fecundas noches, en la Niklasstrasse de Praga, el escritor redacta, para asombro de las generaciones futuras, “La metamorfosis, que se publico en 1915.
 
“Al despertar Gregorio Samsa una mañana tras un sueño intranquilo, encontrase en su cama convertido en un monstruoso insecto. Hallábase echado sobre el duro caparazón de su espalda, y al alzar un poco la cabeza, vio la figura convexa de su vientre oscuro, surcado por curvadas callosidades. Innumerables patas, lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor ordinario de sus piernas, ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia”, con este párrafo inicia el libro; todo lo que sabemos de Samsa revela una vida mezquina, pobre, sin ilusión ni libertad, sin humanidad. Explotado por su familia, que le engaña respecto a su situación económica, humillado por sus jefes, sin tiempo ni sosiego para comer ni dormir decentemente, Gregorio no tiene asidero humano. No conoce la amistad, ni el amor ni la esperanza. Apenas puede recordar, melancólico, a la cajera de una sombrerería, a quien había formalmente pretendido “pero sin bastante apremio”. El escarabajo Gregorio “no se hacía comprender de nadie”, pero el hombre Gregorio tampoco. No tiene a nadie a quien comprender, nadie que le comprenda. Su vida transcurre monótona en fondas provincianas o entre las paredes de su cuarto, siempre cerrado y cuya ventana da a un paisaje de eterna lluvia y niebla, a un “desierto en el cual fundíanse indistintamente el cielo y la tierra por igual grises”. Hasta antes de su Metamorfosis Gregorio era parte intrínseca de la sociedad, la transformación quiebra su existencia: expulsado del trabajo y de la familia, arrojado entre desperdicios al interior de su cuarto, aislado y atacado, víctima del horror, el asco y el desprecio, herido gravemente por una manzana que su padre le ha incrustado en el caparazón, Gregorio muere asumiendo su misteriosa culpabilidad, derrotado, “firmemente convencido de que tenía que desaparecer”. Tras su muerte la familia sale alegremente a la calle agradeciendo haya concluido tan desafortunado asunto esperanzados de un futuro mejor.
 
De 1919 son “En la colonia penitenciaria” y “Un médico rural.” “Un artista del hambre” llegó a las librerías a finales de 1924 cuando Kafka ya había muerto, pero tuvo tiempo de revisar el texto por publicar.
 
Kafka en su testamento había dispuesto que sus escritos fueran quemados, su posición era rotunda: que todo fuera puesto en llamas, a “la mayor brevedad posible”. Max Brod, su albacea, afortunadamente desobedeció y, por eso, hoy se puede leer cuanto Kafka dejó sin publicar: toda su correspondencia, el conjunto de sus diarios, un montón de legajos, donde se encontraron narraciones, aforismos y textos en prosa sobre las más variadas cuestiones y sus tres novelas, de las que dejó borradores más o menos completos: “El desaparecido” donde su héroe es un adolescente pobre y raquítico, que discurre por un mundo atestado de millonarios y marineros, “El proceso” en la que el protagonista, Josef K, es detenido y comienza a ser juzgado por motivos que no conoce. Su vida se convierte en una pesadilla al no lograr que le expliquen las razones por las que es procesado, pese a intentar todo tipo de recursos y “El castillo”; donde narra la historia de K, un agrimensor supuestamente contratado por las autoridades de un pueblo, pero que no logra acceder al castillo donde debe concretar los términos de su contrato, debido a las trabas burocráticas interminables y absurdas que se le interponen.
Destaca “Carta al padre” donde expresa sus sentimientos de inferioridad, esa búsqueda a un reconocimiento que jamás llegaría y el dolor y desosiego que le produce el rechazo paterno.
 
La obra de Kafka ha sido definida como un instrumento ideal para el conocimiento de lo oculto. Esta sensibilidad, que permite captar complejos aspectos de la existencia y expresarlos, se fundamenta en un conocimiento profundo de las múltiples formas en que se manifiesta el poder, en un instinto sutil orientado hacia el discernimiento de lo justo y lo injusto y en un amor insobornable a la verdad. En Kafka encontramos un espíritu penetrante, pero además unas circunstancias únicas. No sólo pertenecía a una minoría por ser judío, sino también por pertenecer a la minoría de habla alemana (un 10% de la población checa). Pero a su vez pertenecía a otra minoría, pues la nación checa representaba un papel modesto en el imperio de los Habsburgo. En realidad no era ni alemán, ni checo, ni austríaco, ni judío, pero era discriminado, o su situación se veía afectada, por hablar alemán, por ser judío y por ser checo. Una existencia tan compleja tenía que desembocar en una crisis de identidad y, al mismo tiempo, en una intensificación de la capacidad perceptiva. No es de extrañar, pues, que Kafka se haya convertido en un símbolo de la inseguridad del individuo en el mundo moderno, de los problemas existenciales y anímicos, de la desolación, de la desesperanza y del desarraigo. Él mismo, refiriéndose a esta realidad caótica, escribió: “Viví entre tres imposibilidades: la imposibilidad de no escribir, la de escribir en alemán, la de escribir en otro idioma, la de escribir. Era pues una literatura imposible por todos sus costados”. Sin embargo, con la mirada puesta en el cosmopolitismo berlinés y lejos del provincianismo barroco de Praga, decidió escribir en alemán y en un ámbito mayoritariamente checo.
 
Mucho se ha discutido sobre el sentido de la obra de Kafka, ante todo sobre la posibilidad de encontrar un hilo conductor que nos lleve a través de sus textos procurándoles un ordenamiento lógico, tanto desde una perspectiva temática como biográfica. Por desgracia, no se ha llegado aún a una conclusión satisfactoria. Sin embargo, en Kafka se dan determinadas circunstancias básicas que iluminan, aunque tenuemente, sus escritos, como es la tenacidad con que escribía. En pocos escritores encontramos este exceso de la voluntad, esta obsesión por confundir su ser mismo con la literatura. Se ha hablado de su egocentrismo a la hora de escribir. Y, efectivamente, Kafka apenas escribía para los demás, ante todo escribía para sí mismo. Con esta actividad pretendía otorgar un sentido a su “existencia vacía”. Es posible que escribir cumpliese para Kafka en algunos momentos de su vida una función terapéutica, pero no llevemos demasiado lejos esta opinión, escribir también supuso un esfuerzo excepcional que consumió todas sus energías. En Kafka se cumple el mandamiento nietzscheano de “escribir con sangre”.
 
Franz Kafka muere en soledad poco antes de cumplir los 41 años de Tuberculosis en Kierling, Austria el 3 de junio de 1924.

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