“Soledad” un cuento de Ivonne Baqués @amikaafeliz #HelloDFicción #ShortStory

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Doña Carmelita Limantur dejó su cama una mañana de noviembre. Con trabajo calzó sus pantunflas y con pasos lentos y pesados llegó al baño donde, al abrir la regadera, el agua caliente nunca salió. Con pasos lentos y pesados se dirigió a la cocina, abrió el refrigerador y lo encontró vacío. Después abrió las puertas de la alacena donde tampoco encontró nada. “Vaya, no sé que es peor, la soledad, la vejez, o el no recordar… Al fin que ni tengo hambre.” Se quedó mirando la televisión hasta que el sol del mediodía entibió la casa, a través de la ventana vio su jardín marchito, el pasto seco, los rosales sin flores y al gato de la vecina caminando como si estuviera en una pasarela sobre la barda a medio construir. “Cinco hijos, ocho nietos y ni una llamada…”

¡¿Qué le hice al teléfono?!” De su bolsa sacó un monedero, dos caramelos, las llaves de la casa, un pañuelo con sus iniciales bordadas, la foto vieja de un hombre joven y apuesto, y una pelota de beisbol, pero nunca apareció su celular.

Con movimientos lentos y pesados guardó todo en la bolsa y  se la colgó en el brazo.  Tomando su paraguas abrió la puerta, cruzó el jardín y desde la calle pudo observar el estado de abandono en el que se encontraba su propiedad. “Todo se parece a su dueño…” y caminó sin rumbo.

Llegó al parque y desde una banca observó el magnífico kiosko del que los habitantes de su colonia se sentían orgullosos, a un bebé que con pasos torpes correteaba a las palomas y a una parejita con el uniforme de la secundaria devorándose a besos detrás de un árbol. “Las chamacas de ahora ya no se dan a respetar.”

Pasaron las horas, el bebé y la parejita se fueron, la gente iba y venía sin percatarse de su presencia, nadie sabía que Doña Carmelita no se había bañado por no tener agua caliente, ni que llevaba el estómago vacío a falta de un pedazo de pan o una rebanada de jamón. Tampoco imaginaban que junto a su esposo habían enterrado sus ganas de vivir. La gente pasaba a su lado y ni un saludo, una sonrisa, o de perdida, una mirada.

La lluvia anunciaba la llegada de la noche, abrió su paraguas y con pasos lentos y pesados intentó regresar a su casa, pero su mirada borrosa no podía encontrar el camino. Vagó por las calles sin hallar su casa, mientras sus lágrimas caían incesantemente al compás de la lluvia. “Vieja, sola y perdida ¿Qué va a ser de mí?” Entonces el olor a pan le recordó que la panadería quedaba atrás de su casa.

Con su mano temblorosa sacó la llave de la bolsa y con mucho trabajo pudo insertarla en la cerradura para abrir la puerta. Exhausta caminó hasta su habitación, quiso tumbarse en la cama y olvidar que se había perdido, así como ya había olvidado que llevaba sin probar alimento desde quien sabe cuando, pero no pudo, alguien ya ocupaba su cama. “¡¿Quién eres y que haces aquí?!”Nadie contestó. Tomó el bastón de su marido y en repetidas ocasiones lo estrelló contra el desconocido, pero el intruso seguía inmóvil. “¡Santo Dios un muerto!” Aterrada, se acercó hasta la cabecera de la cama y lentamente recorrió las cobijas para descubrir su propia cara en ese cuerpo inherte.

 



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