“Puñetas y el godinato” por Ivonne Baqués @amikafeliz

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Como cada mañana, Puñetas llegó puntual a la oficina. Cruzó el portón a las siete cincuenta. Dejando su auto en el mismo lugar, contó los pasos hasta llegar al checador donde quedaría registrada la huella de su pulgar. Fueron treinta y tres, un paso más que el día anterior. A las ocho en punto, Puñetas ya se encontraba en su lugar prendiendo su computadora, un minuto antes que el día previo. Descargó el reporte de ventas actualizado y a las ocho y quince ya se encontraba en la máquina del café, donde, como de costumbre, encontraría a Bedolla platicando con sus amigas. Como siempre, ella lo saludó sin mirarlo. Mientras las gotas de café llenaban el vaso y la máquina rechinaba como si verdaderamente estuviera moliendo los granos, Puñetas escuchaba atento como la mujer de sus fantasías se había ido de farra la noche anterior con el guapetas de la oficina. “A mí se me hace, que ahora si me pide que seamos novios.” A las nueve en punto, las tripas de Puñetas lo llevaron corriendo al baño, diez minutos más tarde que la semana pasada.

La alarma de su celular avisó que a las diez tenía una junta con el equipo de producción, entonces, con sus audífonos puestos para no escuchar a nadie, se puso a preparar su presentación y algunos reportes. Cuando el reloj marcó las nueve cincuenta y cinco, ya se encontraba en la sala de juntas, donde escuchó una vocecilla apenas perceptible. “¿No estás harto de ser invisible?” Pálido como la nieve, miró a su alrededor para constatar que él único que se encontraba en la sala era él. Aterrado, estaba a punto de abandonar el lugar cuando escuchó la voz nuevamente. “Puñetas, no te hagas pendejo, sabes que te estoy hablando a tí”. Los asistentes a la junta fueron llegando, algunos le decían buenos días sin voltearlo a ver y otros ni siquiera lo saludaron. A las diez en punto el director atravesó la puerta, la junta transcurrió mientras Puñetas apenas podía respirar. En cuanto ésta llegó a su fin, salió corriendo al baño. Echándose agua en el rostro, se miraba al espejo mientras se preguntaba: “¿Me estaré volviendo loco?”

A la una en punto, tomó su lonchera y caminó hacia el comedor, cuarenta y dos pasos en tres minutos. Los recipientes de plástico con su comida daban vueltas en el horno de microondas mientras la vocecilla retumbaba en su cabeza: “¿No estás harto de ser invisible?” Bedolla y sus amigas se sentaron en la mesa en la que Puñetas comía tratando de distraerse con su celular. Al ver que Bedolla se dirigía hacia él, sintió el bosque completo de las mariposas monarca revoloteando dentro de sus entrañas. Ella se sentó en la silla que estaba junto a la suya, entonces pudo percibir como sus fermonas femeninas se diluían en el ambiente obnubilándolo.

-Bedolla ¿vas a ir con nosotras al cine mañana?

-No puedo.

-¿Por?

-Voy a salir con Carlos. -Al unísono el cuarteto de mujeres contestó:-

-¡Yuuuuuuuu!

Puñetas sintió como le hacía daño la comida.

A las dos en punto, Puñetas ya estaba en su escritorio con los dientes lavados tecleando con todas sus fuerzas y una rapidez digna de un concurso de mecanografía. Entonces nuevamente escuchó aquella voz. “Bedolla ni siquiera sabe donde te sientas.” De un salto, se pegó a la pared sudando copiosamente, mientras sus compañeros parecían zombies frente a sus pantallas sin darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor. “Soy yo, tu smartphone, llevo años observándote y antes de que me cambies por otro celular más inteligente que tú, te quiero decir que eres patético. ¿De qué te sirve ser el empleado modelo si no eres feliz?” Enfurecido, tiró el teléfono al suelo haciéndolo añicos, veinte ocho pedazos en total. Fue hasta entonces que Bedolla volteo a verlo, ella y todos los que estaban a su alrededor, pero nadie preguntó nada. 

Al salir del trabajo cuando el sol ya se había metido, Puñetas manejó hasta el centro comercial donde aún estaba abierta la tienda de los teléfonos móviles. El vendedor hábilmente lo convenció de comprar el más reciente, entonces, camino a su casa recordó aquella voz: “Cuando me cambies por un teléfono más inteligente que tú…” 

A la mañana siguiente Bedolla recibió veintiséis rosas rojas, una por cada paso que separaba su escritorio del de Puñetas, con una nota sin remitente que decía: “Si tan sólo me hubieras mirado…” A las once Puñetas presentó en Recursos Humanos su renuncia con carácter de irrevocable, ni siquiera le preguntaron el motivo. A la una, ya estaba en el estacionamiento con su cheque y sus cosas en una caja de cartón, nadie se acercó a despedirse. Contó treinta y cinco pasos de la puerta hasta su coche mientras el policía lo acompañaba.

Saliendo de la oficina agarró carretera rumbo a Acapulco, manejaba nerviosamente mientras miraba constantemente el reloj del tablero, al dar las cuatro prendió la radio. Llegó al hotel después del ocaso, contó sesenta y cuatro pasos hasta su habitación mientras el botones cargaba su maleta.

-¿De dónde nos visita?

-De la Ciudad de México, cuarenta y cuatro.

-¿Vino manejando? 

-Sí, cuarenta y seis.

-Con razón, se ve cansado. ¿Mucho tráfico?

-Algo, cuarenta y nueve.

-¿Supo lo de la explosión? -Puñetas palideció-

-¿Cual? Cincuenta y dos.

-La de unas oficinas, al parecer fue una bomba.

-¿A qué hora fue? Cincuenta y cinco.

– ¿Perdón?

-¿A qué hora fue eso? Cincuenta y ocho.

-Como a las cuatro…¿Por qué le interesa la hora y no si hubo muertos?

-Porque amo la puntualidad. Sesenta y uno, sesenta y dos, sesenta y tres…



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