Pablo Neruda por Rafael Martínez de la Borbolla @rafaborbolla

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Pablo Neruda
Rafael Martínez de la Borbolla @rafaborbolla 
“Amo tus pies porque anduvieron sobre la tierra y sobre el viento y sobre el agua, hasta que me encontraron”. Pablo Neruda
En Parral, Chile, el 12 de julio de 1904 nace Neftalí Reyes Basoalto, hijo de una familia de clase baja quedando huérfano de madre al mes de nacido. El futuro Premio Nobel de Literatura 1971 se dará a conocer al mundo, desde 1923, como Pablo Neruda para no avergonzar a su padre, maquinista de trenes, por escribir poesía, siendo su primer libro publicado Crepusculario, el cual fue aclamado por la critica. Del joven Neruda pertenece el que es acaso el libro más leído de la historia de la poesía: de Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924).
 
Siempre receptivo a las innovaciones estéticas, reflejó las sucesivas tendencias en el devenir de la lírica en lengua española, convirtiéndose en referencia obligada de todos los Poetas. La poesía de Neruda no es un biografía anecdótica, aunque recoja a menudo la anécdota: es ante todo la historia de una conciencia humana en su proceso de integración, en su proceso de formación, de crecimiento y desarrollo, en sus orígenes, en su incorporación al mundo, en su vinculación cada vez más profundizada con la naturaleza, con los objetos, con los hombres, con la cultura, con el movimiento de la historia, con el sentido del esfuerzo humano, con el impulso del hombre hacia la plenitud.
 
Toda la obra de Pablo Neruda, desde sus comienzos, ha sido siempre el reflejo artístico y paralelo de la vida del poeta, determinada en cada paso por su circunstancia histórico-personal más concreta. Pero sucede que al comentar poéticamente el despliegue de su propia existencia, Neruda ha venido recogiendo las vidas de muchos otros hombres, por no decir la vida del hombre contemporáneo de América, con sus hechos, con sus objetos, con sus gestos y con sus esperanzas. A través de la sinceridad, y del manejo dialéctico de la razón y la intuición, Neruda ha logrado universalizar su personal y única experiencia hasta un nivel muy rara vez alcanzado en la literatura.
 
Los problemas económicos indujeron a Pablo Neruda a emprender, en 1926, la carrera consular que lo llevó a residir en Birmania, Ceilán, Java, Singapur y, entre 1934 y 1936, en España, donde llevó a cabo una intensa actividad cultural, al estallar la guerra civil española se traslada a Paris. Ferviente admirador de la República Española, agobiado por los triunfos de Franco en el campo de batalla y los asesinatos perpetrados por el bando nacionalista, entre ellos el de su amigo García Lorca, lo motivaron a escribir un libro de poemas titulado España en el corazón y a editar la revista Los Poetas del Mundo Defienden al Pueblo Español. A partir de 1946, afiliado ya al partido comunista, su actividad política se desarrollaría en su propia patria, siendo elegido senador de la República por las provincias de Tarapacá y Antofagasta. Ese mismo año obtuvo también en Chile el Premio Nacional de Literatura, a raíz de su enérgica protesta por la persecución desencadenada contra los sindicatos por el presidente González Videla y la lectura ante el Senado de su alegato Yo acuso, motivó que se ordenara su arresto, escapó del país con destino a México el 24 de febrero de 1949 en donde su obra Canto General se publicará en 1950, poco antes de que se le conceda, junto a Picasso y al poeta turco Nazim Hikmet, el Premio Internacional de la Paz.
 
En la Ciudad de México se reencuentra a la escritora Matilde Urrutia, quien se convertirá en su fuente de inspiración para escribir Cien Sonetos de Amor. Matilde será la mujer que con “ardiente paciencia” esperaba Neruda, ella todo lo dejo para seguir a su compañero convirtiéndose en su tercera esposa, a su lado el poeta se reconcilia con sus raíces, logra vencer la ausencia materna y asume su infancia enlutada. Neruda decidió hacer su exilio en Capri y seguir utilizando su prosa como trinchera, en la isla se halló como quien se encuentra por primera vez con la belleza… Y la belleza eran Capri y Matilde. Aquí están juntas, en El viento en la isla: “Escóndeme en tus brazos / por esta noche sola, / mientras la lluvia rompe contra el mar y la tierra / su boca innumerable”. En 1964 escribe una de sus obras más reconocidas, sus memorias en verso, Memorial de Isla Negra.
 
Regresa a su patria para incorporarse a la campaña de Salvador Allende. Escribió Neruda en septiembre de 1970, cuando Allende ganó las elecciones presidenciales en su cuarto intento, que dan cuenta de un nivel de cercanía total. “Querido Salvador: no he ido a felicitarte porque he estado felicitándome. Supongo que desbaratamos la conspiración. Esto prueba que hay que pegarles fuertes. Ya vendrá el momento.”
 
El Presidente Allende lo nombra embajador en Francia, regresando a Chile en noviembre de 1972 para apoyar con su imagen y solvencia moral al Presidente en tiempos difíciles. La última vez que se vieron antes del Golpe de Estado fue en julio del año siguiente, para el 69º cumpleaños del escritor, su último aniversario. En esa ocasión, el presidente le regaló una fotografía en la que aparecen juntos, que dedicó con un bolígrafo de tinta verde, similar a la que usaba el poeta: “Para Matilde y Pablo con el cariño y afecto del compañero presidente”. Dos meses después, los dos estaban muertos. Ninguno llegó a ser testigo del destino oscuro de Chile en los siguientes 17 años.
 
Tras el cruento golpe militar del 11 de septiembre de 1973, el premio Nobel sostenía que la historia de su país volvía a ser la de siempre: “La oligarquía organiza revoluciones sangrientas y los militares hacen de jauría”. Entonces, ¿fue envenenado por sus enemigos? Sabemos por el emocionante testimonio de su viuda, Matilde Urrutia, que lo contó en Mi vida junto a Pablo Neruda, que el genio de las Odas elementales murió con el nombre de los criminales y sus víctimas en los labios: “Están matando gente”, le decía a su mujer en la clínica, “la morgue está llena de muertos… ¿Usted no sabía lo que le pasó a Víctor Jara? Le destrozaron las manos. (…) ¡Oh, Dios mío! Si esto es como matar a un ruiseñor. Dicen que él cantaba y que eso los enardecía”. Y sus últimas palabras fueron éstas: “¡Los están fusilando! ¡Los están fusilando!”. Para estar a lado de los suyos; los olvidados y los perseguidos, el Poeta había muerto de cáncer.
 
Después de su muerte se publicaron sus memorias en prosa, Confieso que he vivido, editadas por su viuda, y por el escritor venezolano Miguel Otero Silva. El método editorial fue muy discutible. Como el poeta, cansado, enfermo, agobiado por su cargo de embajador en París, estaba lejos de haber terminado el dictado de su libro, los dos improvisados editores introdujeron textos autobiográficos del Neruda de los años cincuenta.
 
Dicen que los poetas nunca mueren, Pablo Neruda seguirá en su obra siempre vivo, en uno de sus escritos más aclamados y recitados por generaciones de enamorados “Poema 20” escribe:
 
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
 
Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.»
 
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
 
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
 
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
 
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
 
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
 
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
 
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
 
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
 
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
 
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
 
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
 
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
 
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
 
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
 
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
 

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