“Un retrato a lápiz y un juguete de peluche negro” por Ivonne Baqués @amikaafeliz #HelloDFicción

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Un retrato a lápiz y un juguete de peluche negro

Ivonne Baqués

“¿Y si me robo a su perro?” Pensaba Fernando desde su ventana al ver a su vecina pasear al diminuto can de pelaje chino y negro, con una correa azul de huesitos y una ridícula corbatita roja.

Todas las tardes, en punto de las seis treinta, Fernando corría a la ventana para verla pasar acompañada de una bolsita de plástico, la correa y el juguete de peluche negro de cuatro patas. Pero esta vez, la manera en la que ese par de carnosas piernas se contoneaban bajo esa falda azul de holanes, lo tenía hipnotizado.

Hacía dos semanas que había coincidido con ella en el café de la esquina. En cuanto entró la reconoció. No necesitaba mirar su cara para saber que esos rizos castaños hasta la cintura y ese par de piernas carnosas y bronceadas, eran de la chica del perrito negro. Se formó tras ella acercándose lo suficiente para poder oler sus rizos, una mezcla dulzona entre lavanda y menta.

Mientras la fila avanzaba, maquinaba en silencio la forma de abordarla. “¿Cómo está tu perrito? Me llamo Fernando.” O tal vez, “¿Qué tal? Soy tu vecino, todas las tardes te miro desde mi ventana cuando paseas a tu perro”. La voz de la chica lo sacó de sus cavilaciones.

-Hola, buenos días, un capuccino con leche deslactosada  y un cuernito integral con pechuga de pavo, sin mayonesa por favor.

-¿Para llevar o para comer aquí?  

-Para llevar.

-¿Tu nombre?

-Paula.

Al terminar de ordenar, con la mirada clavada en el celular, Paula se sentó en una de las mesitas. Fernando tenía la ilusión de ser visto por ella aunque fuera de manera fugaz, pero ni los 180 kilos y casi 2 metros del enamorado, hicieron que ese par de ojos cafés se detuvieran en los suyos. 

“Paula, Paula. ¡Qué bonito nombre! Me gusta igual o más que sus piernas, pero un poco menos que su sonrisa”.

La chica se fue con su café y su cuernito mientras, desde su mesa, Fernando la veía partir a través de la ventana en un Tsuru gris. Entonces sacó de su mochila un cuaderno de hojas blancas y un lápiz y dibujó detalladamente los ojos cafés, los rizos, la sonrisa y el nuevo descubrimiento, pecas sobre esa nariz pequeña y redonda.

“¿Y cómo le hago para robarme al perro? ¿Y cómo le hago para devolvérselo sin que se note que yo me lo robé? Mejor le voy a mandar el retrato con una nota”.

Fernando llevó el retrato a enmarcar, y cuando el dependiente le preguntó si era su hija, sintió cómo se le fue haciendo nudo el intestino.

Una tarde, cuando Paula paseaba con el juguete de peluche negro, se le acercó un niño con un ramo de rosas rojas y un paquete, entonces el perro se jaloneó enfurecido queriéndolo morder, el chico se asustó y sólo pudo decir: “Te las manda un señor gordo que te espera en el café”. El niño se fue corriendo y el perro siguió jaloneándose mientras ladraba.

Sorprendida y haciendo malabares con las flores y el perro, Paula pudo abrir el paquete, era un retrato de ella a lápiz, emocionada sacó del sobre la nota que decía:

Paula:

Nada me haría más feliz que conocerte. Te invito un café hoy a las siete de la noche en “El Merendero de Pancho”, te estaré esperando en la mesa del fondo.

Fernando Ramírez

A pesar de que la joven mujer lleva días sin aparecer, Fernando acude puntual a la cita frente a la ventana y, entre pinceladas, deja que su paleta de colores de vida a Paula y al juguete de peluche negro de cuatro patas, bajo nubes grises, en una calle vacía llena de charcos. Por un instante deja el pincel y voltea hacía la entrada de la habitación, donde echado junto a la puerta, se encuentra un diminuto can de pelaje chino y negro usando una ridícula corbatita roja. “¿Cómo ves? ¿Le pedimos rescate a la Pau para que se le quite lo gandalla?

Ivonne Baqués

Conocimos a Ivonne Baqués en un taller de narrativa y la invitamos a participar en nuestra sección “DFicción”. Ivonne pertenece a la tribu de los Godínez de la Ciudad de México y se nota. Sus relatos destapan las obsesiones, deseos y frustraciones de quienes diariamente nacen y mueren dentro de los confines de una oficina.

 



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